Se estima que el 95% del suelo de la Tierra estará degradado en 2050. Si eso suena catastrófico, considere esto: 24 mil millones de toneladas de suelo ya han sido erosionadas por prácticas agrícolas insostenibles. Además, en 2020 se talaron más de 4 millones de hectáreas de bosque primario, un 12% más que en 2019.
El comercio mundial, el consumo, el crecimiento de la población y la urbanización impulsan transformaciones que, en parte, provocan la destrucción de la naturaleza. El Foro Económico Mundial considera que la pérdida de biodiversidad es uno de los cinco principales riesgos mundiales. Está claro que la protección del medio ambiente debería ser una prioridad en las agendas políticas y normativas, pero con demasiada frecuencia la gobernanza medioambiental es débil y la aplicación de las políticas se descuida. La mayoría de los gobiernos dan prioridad a la economía, creyendo que la sostenibilidad ambiental debe quedar en un segundo plano.
En la actualidad, existen dos estrategias relacionadas para abordar la degradación del medio ambiente: (1) la expansión de las áreas protegidas y conservadas; y (2) la mejora de la gestión de las tierras agrícolas y de pastoreo. Sin embargo, a menudo se las consideran incompatibles: los actores que dependen de la agricultura asocian la conservación a través de las áreas protegidas con los «abrazadores de árboles» y el activismo medioambiental que se produce a costa de la seguridad alimentaria y la mejora de los medios de vida. Por otro lado, los conservacionistas asocian la agricultura con la conversión de tierras, la degradación y la pérdida de biodiversidad. Si bien ambas estrategias son necesarias, los dos ámbitos suelen utilizar un lenguaje diferente, no interactúan y publican en escenarios distintos.
Sin embargo, la realidad es que la salud del medio ambiente y de la biodiversidad son inseparables de la agricultura, y sin embargo su vínculo suele ser infravalorado.
Las cadenas de suministro mundiales y los sistemas económicos actuales garantizan que los rendimientos agrícolas a corto plazo sigan siendo más importantes que la sostenibilidad a largo plazo, y más atractivos políticamente que la conservación.
Por ejemplo, el modelo predominantemente estadounidense de «áreas protegidas sin gente» es un enfoque de conservación formal que se ha adoptado en todo el mundo. Este enfoque aleja de la naturaleza a las personas que viven en las zonas conservadas y sus alrededores, ya que se las considera separadas de esos paisajes y no parte de ellos. Las redes de áreas protegidas de propiedad estatal también pueden dar lugar a la apropiación ilegal de tierras, lo que se traduce en la pérdida de las mismas, la revocación del acceso a los servicios de los ecosistemas y la alienación cultural de los Pueblos Indígenas, los Pueblos Afro-descendientes y las comunidades locales del mundo.
Sin embargo, la gestión sostenible del medio ambiente debe incorporar derechos de tenencia seguros para las poblaciones locales sobre sus tierras y recursos naturales como base para la gestión integrada del paisaje, la agricultura y la conservación. Estos derechos deberían formar parte de la solución para acabar con la pobreza, mejorar la nutrición, reforzar la igualdad de género y la inclusión social, y hacer frente al cambio climático.
Garantizar la tenencia para apoyar la gestión medioambiental
La seguridad de la tenencia apoya la gestión sostenible del medio ambiente al crear incentivos para la agricultura climáticamente inteligente y protege los servicios de los ecosistemas. La seguridad de la tenencia debe centrarse en el medio ambiente, como el «lugar» donde se produce la tenencia. Está bien documentado que la expansión de las áreas conservadas como estrategia válida para abordar la degradación ambiental puede lograrse asegurando y respetando los derechos de tenencia de las comunidades sobre las tierras, los bosques y las cuencas hidrográficas. De hecho, el reconocimiento de la conservación dirigida por la comunidad es un paso fundamental para lograr la gestión integrada del paisaje.
Los derechos y responsabilidades de los custodios deben reforzarse para que puedan proteger mejor los bienes culturales, de subsistencia y de conservación, lo cual es esencial para ofrecer incentivos y beneficios a largo plazo para invertir en la agricultura climáticamente inteligente. A la inversa, la inseguridad de la tenencia afecta al bienestar humano y a los resultados medioambientales.
Muchos Pueblos Indígenas, Pueblos Afro-descendientes y comunidades locales han conservado sus medioambientes durante siglos. Las áreas Indígenas y comunitarias conservadas (ICCA) pueden remediar las deficiencias de las áreas conservadas formales al situar la conservación dentro de los paisajes dominados por la población.
Aunque pocas ICCAs están reconocidas legalmente representan las áreas protegidas más antiguas del mundo. Otras medidas efectivas de conservación basadas en áreas (OECM), por ejemplo, las zonas de conservación, las arboledas sagradas o los refugios de pastoreo en la estación seca, son importantes para que se reconozca la eficacia de las ICCAs en todo el mundo.
Promover acciones que integren diversos usos de los recursos demuestra la importancia de los ecosistemas para el uso de la tierra y ayuda a eliminar los incentivos que apoyan la deforestación y la degradación. Las áreas conservadas vinculan la naturaleza, la cultura y los medios de vida, y son valiosas para proteger áreas de alta biodiversidad, preservar santuarios para especies raras y restaurar paisajes. La gestión integrada del paisaje requiere lograr un equilibrio adecuado en el uso de la tierra y el agua -para lo cual no hay una bala de plata-, pero unas instituciones de gobernanza eficaces y unos derechos garantizados pueden dar lugar a un modelo de «ganar más: perder menos» tanto para la agricultura como para la conservación.
La gestión medioambiental es importante para la agricultura, la democracia, la gobernanza y la paz, ya que los enfoques paisajísticos integran el uso de la tierra, el agua y la biodiversidad, y se basan en la buena gobernanza y la seguridad de la tenencia. Sin embargo, las áreas conservadas no pueden ser islas de biodiversidad en mares de agricultura. Este cambio de discurso exige enfoques más prácticos e integrados -en lugar de sectoriales- enfoques a nivel de paisaje y de agricultores/pastores.
El sector agrícola necesita una mejor apreciación de la naturaleza ecológica y viva de los suelos y el medio ambiente. Las recompensas por los servicios eco-sistémicos y los incentivos para la agricultura climáticamente inteligente pueden hacer que la agricultura se aleje de las fórmulas de «alimentos, fibras y combustibles» hacia fórmulas más sostenibles ancladas en «producción, agua, clima y naturaleza». Centrarse en los paisajes, el localismo y la administración puede ayudar resolver algunos de los problemas del carácter en red de los paisajes: más acción comunitaria local e interdisciplinariedad; menos enfoques centrales y aislados; y más economía a nivel local y menos nacional o internacional.
El futuro de la gestión ambiental debe combinar la gestión sostenible con la seguridad de la tenencia y la gobernanza local. Los recursos son más que simplemente la suma de su valor económico.
Lea el informe político completo del autor sobre la gestión integrada del paisaje. Si tiene preguntas, póngase en contacto con Edmund Barrow.
Sobre el autor:
Edmund Barrow, Miembro de RRI, FRSA – @edmund_barrow
Edmund ha trabajado en varios países durante casi 50 años en la gestión comunitaria de los recursos naturales haciendo hincapié en la gobernanza descentralizada y el respeto a los conocimientos e instituciones locales e Indígenas. Ha sido pionero en la planificación medioambiental y del uso de la tierra a nivel local y de paisaje, así como en paisajes forestales. Vive en Nairobi, Kenia, y es autor del libro Our Future in Nature: Trees Spirituality and Ecology [Nuestro futuro en la naturaleza: Árboles Espiritualidad y Ecología] (Balboa Press 2019).
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