Las primeras manos que recibieron a Clemencia cuando llegó al mundo fueron las de su tía abuela, una partera de tradición, que fue hasta el pequeño corregimiento de La Balsa, en el Cauca, Colombia a darle la bienvenida a Clemencia a este mundo.
La Balsa, está ubicada a 115 kilómetros de Popayán, la capital del Cauca. Este corregimiento fue fundado por los sacerdotes franciscanos en 1634 y luego poblado por africanos en condición de esclavitud, para dedicarse a la explotación minera. Clemencia es hija de esta herencia.
A pesar del sufrimiento de sus ancestros, la infancia de Clemencia transcurrió en un entorno libre y seguro, en una familia extensa y amorosa. Creció siendo la consentida entre sus hermanos, guiada por el ejemplo de un padre que era un líder comprometido con mejorar las condiciones de vida de su comunidad y una madre campesina, que labró la tierra toda su vida para sacar adelante a su familia. Clemencia recuerda haber tenido una infancia feliz y sin contratiempos al lado del río Cauca en Colombia. El río proporcionaba pescado y era fuente de diversión – mientras los niños nadaban, pescaban y chapoteaban, las mujeres cantaban y lavaban sus ropas– y existía una genuina unión comunitaria, en la que la comida era cocinada y compartida colectivamente.
“Teníamos lo que llamábamos la finca tradicional campesina, que para nosotros era como la despensa. Se sembraba y se recogía todo el «pan coger» suficiente para el sustento de la familia y la seguridad alimentaria. De afuera solo se compraba arroz, sal y aceite, porque además de los cultivos, había gallinas y cerdos. Del río Cauca se cogía el los pescado, algo que era posible antes de la contaminación que trajo la minería con máquinas.”– Clemencia Carabalí.