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Historias de lideresas: Clemencia Carabalí, la defensora de las mujeres afrocolombianas
Por María Elvira Molano, con ediciones de Daiana González y Mónica Orjuela

Esta es la historia de la presidenta de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM), Colombia. Quien enfrentó las amenazas del conflicto armado para luchar por los derechos de las mujeres Afrodescendientes

13 .02. 2025  
7 minutos de lectura
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Las primeras manos que recibieron a Clemencia cuando llegó al mundo fueron las de su tía abuela, una partera de tradición, que fue hasta el pequeño corregimiento de La Balsa, en el Cauca, Colombia a darle la bienvenida a Clemencia a este mundo. 

La Balsa, está ubicada a 115 kilómetros de Popayán, la capital del Cauca.  Este corregimiento fue fundado por los sacerdotes franciscanos en 1634 y luego poblado por africanos en condición de esclavitud, para dedicarse a la explotación minera. Clemencia es hija de esta herencia. 

A pesar del sufrimiento de sus ancestros, la infancia de Clemencia transcurrió en un entorno libre y seguro, en una familia extensa y amorosa. Creció siendo la consentida entre sus hermanos, guiada por el ejemplo de un padre que era un líder comprometido con mejorar las condiciones de vida de su comunidad y una madre campesina, que labró la tierra toda su vida para sacar adelante a su familia. Clemencia recuerda haber tenido una infancia feliz y sin contratiempos al lado del río Cauca en Colombia. El río proporcionaba pescado y era fuente de diversión – mientras los niños nadaban, pescaban y chapoteaban, las mujeres cantaban y lavaban sus ropas– y existía una genuina unión comunitaria, en la que la comida era cocinada y compartida colectivamente. 

“Teníamos lo que llamábamos la finca tradicional campesina, que para nosotros era como la despensa. Se sembraba y se recogía todo el «pan coger» suficiente para el sustento de la familia y la seguridad alimentaria. De afuera solo se compraba arroz, sal y aceite, porque además de los cultivos, había gallinas y cerdos. Del río Cauca se cogía el los pescado, algo que era posible antes de la contaminación que trajo la minería con máquinas.”– Clemencia Carabalí.   

Una líder innata frenada por la gran ciudad  

Sin embargo, acceder a educación formal no fue fácil para Clemencia. Al iniciar la secundaria Clemencia tuvo que estudiar en un colegio rural que quedaba hora y media caminando desde su casa. Salió de su burbuja de protección y se enfrentó al anonimato y desinterés de sus compañeros de clase. Aunque este anonimato no duró mucho tiempo porque rápidamente Clemencia mostró rasgos de liderazgo. Era ella quien se encargaba del restaurante del colegio y de la disciplina del salón. Luego, en 11 grado, los compromisos se volvieron más serios y era ella quien lideraba proyectos comunitarios de salud pública con madres cabeza de hogar en momentos donde el Dengue azotaba al sector.  

Photo from ASOM for RRI.

En ese entonces Clemencia era ya consciente de que sus oportunidades no serían las mismas que para la gente que vivía en las grandes ciudades. Aun así, soñó con estudiar Administración de Empresas en una universidad. Al no ver oportunidades en una universidad pública, debido a los cupos reducidos, se inscribió a una universidad privada en la que recibió media beca.  

Clemencia decidió entonces dejar su pequeño pueblo y mudarse a Cali, la capital del Valle del Cauca y la tercera ciudad más grande del país, para estudiar en la Universidad Santiago de Cali. Allí trabajaba como zapatera, vendedora de chontaduro de pasteles de yuca, mientras estudiaba.  

“En la universidad, la percepción de discriminación y racismo se hizo más clara, porque en el entorno en el que estudiaba había poca gente afro, ya que no podían estudiar allí debido al costo elevado. Yo misma tuve que gestionar una media beca (…) En la universidad, mi liderazgo estuvo dormido porque estaba trabajando para pagar la matrícula y no me alcanzaba el tiempo, pero ese «gusanito» seguía ahí, con esa fuerza que tenía para luchar por mi gente y sus derechos. – Clemencia Carabalí. 

Los días en la capital del Valle del Cauca eran pesados, en su mente todavía estaba el río y el olor de la comida que hacían en La Balsa, por eso en cuanto tenía tiempo, Clemencia se iba al Cauca y se involucraba en procesos organizativos de su territorio, también iba a visitar a su pareja, un campesino y minero artesanal que conoció en el Colegio.

 

Volviendo a sus raíces: La creación de ASOM y el estallido del conflict armado 

Photo by ALDEA for RRI.

Al cursar séptimo semestre, Clemencia quedó embarazada de su primer hijo. Al nacer, Clemencia decidió aplazar su carrera y a cambio se dedicó a su hijo y a cultivar y apoyar otros cultivos de su territorio  aplicando un ejercicio muy propio de su comunidad llamado “mano cambiada”, que consiste en una colaboración mutua de agricultor a agricultor para ayudar a recoger la cosecha y limpiar la finca de sus vecinos y así reducir los costos de mantenimiento. En esa mano cambiada y en conversaciones lavando y cantando en el río, surgió la idea de crear una asociación de mujeres para lograr vender sus productos fuera del corregimiento. 

En 1997 nació la Asociación de Mujeres Afrocolombianas del Norte del Cauca, (ASOM), organización de la cual Clemencia fue presidenta, cofundadora y representante legal. La organización fue un éxito y hoy tiene 250 afiliadas. Allí ellas encontraron una posibilidad en el trabajo colectivo, partiendo de sus tradiciones y saberes propios para gestionar el cambio en su territorio. 

En 2001, las mujeres del Cauca se enfrentaron a un reto mayor: la presencia de los paramilitares del ala derecha del Estado, quienes infundían terror, llevaba asesinatos selectivos y desplazamientos forzados a todos los que creían simpatizantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC).

Las FARC habían estado en la región desde 1978, sin embargo,nunca se habían confrontado con la comunidad. Clemencia y los demás pobladoressabían que existían y donde estaban y eso era todo. Pero con la llegada de los paramilitares, la situación cambió drásticamente. “La orden era arrasar con todos los corregimientos. Cada quien recogió lo poco que pudo y huyó. A partir de ese momento, se instaló el caos”, dice Clemencia. 

“Las mujeres seguimos adelante, no nos detuvimos, porque nos unimos con fuerza y valor en torno al lema: “Mujer y amiga, tu lucha es mi lucha,” y así enfrentamos tanto a la guerrilla como posteriormente a los paramilitares, que sometieron a nuestra gente a todo tipo de atropellos y vulneraciones, principalmente a las mujeres. La violencia no impidió que este proceso se fuera fortaleciendo poco a poco, y que hoy continuemos en primera fila defendiendo el territorio, nuestros derechos y la esperanza de paz en el norte del Cauca”–Clemencia Carabalí. 

 

Clemencia, al ver ese panorama desolador, creó un banco de economía solidaria, una entidad gestionada de forma democrática y autónoma para financiar las actividades productivas del territorio. El banco se abrió con apoyo de la Red Solidaria y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), quienes otorgaron 50 millones COP, y así se apoyó a mujeres con proyectos productivos. En poco tiempo el fondo logró un crecimiento de hasta de 260 millones de pesos. Clemencia era cada vez más escuchada en su comunidad, tanto así que organizaciones dirigidas tradicionalmente por hombres empezaron a aliarse con ella.  

En 2004, junto con el Proceso de Comunidades Negras (PCN), detuvieron el desvío de uno de los ríos más importantes de la comunidad, el río Ovejas. Una decisión del gobierno por aumentar la capacidad del embalse de Salvajina, el cual garantiza el abastecimiento de agua para Cali. Ese desvío significaba dejar a comunidades enteras in agua. Sin embargo, Clemencia, de la mano con lideres afrodescendientes de su región crearon una consulta previa (un proceso democrático de las comunidades locales colombianas para participar en la toma de decisiones sobre proyectos que puedan afectar su territorio), y la comunidad rechazó el desvío. Era la primera vez que Clemencia apoyaba una consulta previa, y fue allí donde conoció a mujeres que hoy son un referente de los Pueblos Afrodescendientes, entre ellas, Francia Márquez Mina, la actual vicepresidenta de Colombia, quien le demostró a los Pueblos Afrodescendientes que con propósito y pasión se pueden lograr grandes cambios. 

Mientras los Pueblos Afrodescendientes veían a Clemencia como referente en sus luchas de derechos, la guerrilla y los paramilitares la veían con desconfianza. Clemencia empezó a estar en el blanco de amenazas y acciones violentas. Fue herida en movilizaciones contra la extracción de recursos y víctima de un atentado en 2019 que la obligó a salir del país. Aunque años después continuó con su trabajo organizativo y recibió, ese mismo 2019, el Premio Nacional de Defensa de los Derechos Humanos como Defensora del Año, otorgado por la Iglesia Sueca y Diakonia. Este fue el primero de múltiples galardones por su gestión como lideresa. En 2022, por ejemplo, obtuvo el Premio Internacional de Derechos Humanos de Woodrow Wilson, otorgado por el Centro Nacional para Académicos de los Estados Unidos. Estos reconocimientos han sido un aliciente para ella, para seguir en la defensa de los derechos de las comunidades afrocolombianas y la búsqueda de paz. 

Clemencia sigue trabajando en su territorio y continúa su lucha junto a las mujeres y las comunidades, convencida de que lo más importante es estar al lado de su gente, luchando por la paz y el bienestar en su región y en el país. 

“Mi lucha es desde las comunidades, en mi territorio, en mi casa, con mis hijos que son mi aliento, mi familia y con mi gente que me hacen ver lo que hacemos juntos como algo real, verdadero y eficiente”– Clemencia Carabalí.  


 

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